"¿Industrias extractivas y desarrollo sostenible?"...
Con este título se realizó el jueves 7 de abril, en Guatemala, un importante seminario internacional que reunió a expositores de Guatemala, El Salvador, Costa Rica, Estados Unidos y Chile en un debate acerca del estado actual de este tema. En la imagen, el ex Ministro de Medio Ambient y Recursos, de El Salvador (de camisa) junto al ex Director de asuntos ambientales de Costa Rica y el Embajador de Chile en Guatemala. A continuación, la exposición de Chile:
"Muy buenos días. Muchas gracias por la
invitación a este Seminario y por la posibilidad de presentar una reflexión a
partir de la experiencia chilena. Mi
primera constatación, después de escuchar las presentaciones de la inauguración
de este evento es que lo relevante es poder responder la pregunta que preside
este Seminario. En mi concepto, el tema de las industrias extractivas va más
allá del tema minero e independientemente del carácter técnico o económico de
ello, lo fundamental es que estos temas siempre son eminentemente político; se
adoptan decisiones políticas y se crean efectos políticos. Entonces, lo primero
que debiéramos hacer es un primer acercamiento político del tema.
La
relación entre industrias extractivas y desarrollo sostenible es un tema
muy desafiante. Se relacional con el crecimiento de la economía en un plano
nacional e internacional y ha generado una gran demanda de materias primas y un
mayor consumo de energía. Las industrias extractivas se han desarrollo en estos
conextos y presionan a los Estados por mayores facilidades. Esto se ha visto
incrementado en el caso de minerales e hidrocarburos. En este último período de
años, América Latina concentra la mayor inversión minera y junto a
Centroamérica y el Caribe es la principal fuente de metales y la segunda más
importante en petróleo. Tan sólo en el primer trimestre del 2014 se produjo en
el continente más de 10 millones diarios de barriles de petróleo y más de 800
millones de metros cúbicos de gas natural. Esta es una región que posee una
tercera parte de los minerales del mundo y nueve países que producen la mayor
cantidad de petróleo, gas y minerales (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia,
Ecuador, México, Perú, Trinidad y Tobago y Venezuela), concentran el 10% de
total mundial de petróleo, el 5% de gas natural, el 15% del oro, el 45% de la
plata y el 40% del cobre, a nivel mundial. Son países que suman un 60% de las
exportaciones totales de combustibles y minerales y contribuyen a una tercera
parte del total de los ingresos de los gobiernos. A nivel mundial las industrias extractivas
generan más del 50% de los ingresos de los gobiernos en países ricos en
petróleo y más del 20% en los países ricos en minerales.
Estos son parte de los datos de realidad.
La contraparte está dada por el hecho de que las prácticas extractivas han
generado también importantes problemas como impactos medioambientales
negativos, corrupción institucional y empresarial y pérdidas económicas y no
está suficientemente claro si estos procesos extractivos reditúan formas concretas
de beneficio social, a pesar de que estas industrias generan insumos que son
indispensables para la construcción, el gas para el transporte y consumo
doméstico, fertilizantes, y son en definitiva un factor de desarrollo para
nuestras sociedades.
El dilema es ¿en qué momento y bajo qué
condiciones es posible convertir a la industria extractiva en un proceso que, gestionado adecuadamente pueda
contribuir a una infraestructura y servicios básicos que sean percibidos como
un factor de progreso socialmente incluyente?.
Organismos internacionales han promovido una cierta idea de Gobernanza de los recursos naturales,
en donde el propósito sea minimizar los costos medioambientales y maximizar los
beneficios sociales del proceso extractivo. Hoy, claramente el tema es otro.
ASPECTOS DE LA EXPERIENCIA CHILENA.
Chile, a lo largo de 52 años de historia,
desde los tiempos de la Alianza para el progreso ha transitado por tres ciclos
de preguntas y respuestas. Entre 1964-1973, podemos caracterizar el desarrollo
de nuestro país en el marco de un modelo de sustitución de importaciones, con
mucho énfasis en un modelo de desarrollo hacia adentro, con industrialización y
el inicio de procesos de extracción de recursos naturales a una escala mayor.
Entre 1973 y 1989, durante el período de la
dictadura militar se instauró un régimen de economía dura de libre mercado, con
una abrumadora política de privatización de empresas, despojándose al Estado de
un valioso patrimonio histórico y ampliando la base de explotación de recursos
naturales como base productiva, sin ningún tipo de normativa suficientemente
precautoria. Este es un período de plena instalación de las industrias
extractivas, con capitales nacionales y extranjeros.
Entre 1989 y hasta el 2013, en general, y
con la recuperación de nuestra democracia la economía chilena ya ampliamente
internacionalizada y con la necesidad de poner fronteras al régimen de libre
mercado, se hizo necesario poner énfasis en la creación de una
institucionalidad ambiental y este tema se pone en el debate nacional a partir
de 1990, cuando se inicia la transición democrática hasta 1994 cuando el
Congreso aprueba la Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente (ley 19.300) y
se crea la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA) y de esto surgen las
primeras normas de calidad y de emisión y se ponen en marcha el Sistema de
Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) y los Planes de Descontaminación. En consecuencia, los proyectos extractivos
tienen que someterse ahora a un riguroso proceso de aprobación con medidas y
normas cada vez más estrictas y complejas.
La concepción democrática que ha estado
detrás de estos criterios normativos parte de la idea de que nuestros recursos naturales son muy
importantes para el desarrollo del país y el tratamiento que se les brinde
constituye un tema de soberanía y dignidad nacional y por tal motivo, en
los debates nacionales respecto de los
impactos negativos del proceso extractivo, está presente la convicción de que
hay que precaver la pérdida de tales recursos y el consiguiente deterioro
ambiental y que hay que buscar alternativas como las facilidades para la
explotación de recursos naturales no renovables y establecer formas de impuesto
para que quienes contaminen tengan que rendir un tributo específico.
En ese sentido, Chile en los últimos años
se ha esmerado en perfeccionar los siguientes instrumentos jurídicos:
- El Código
Sanitario, para regular la descarga de aguas servidas, los residuos
industriales y mineros.
- El Código de
Aguas, orientado a regular de mejor manera el aprovechamiento del recurso
agua, considerado un bien de derecho público.
- El Código de
Minería, que tiene entre otros objetivos la protección de nuestras
cuencas, ríos y afluentes.
- El Reglamento del
Ministerio de la Defensa Nacional para el Control de la Contaminación
Acuática,
- La Norma de
Emisión para la regulación de contaminantes asociados a las descargas de
residuos industriales líquidos a sistemas de alcantarillado, a las aguas
marinas y continentales superficiales.
Y en el caso minero, Chile tiene vigente:
- La Ley medio
ambiental 19.300 y el sistema de evaluación de impacto ambiental.
- Ha perfeccionado
el Reglamento de construcción y operación de tranques de relaves,
- Y en materia de
Protección agrícola ha establecido medidas técnicas y prácticas para
evitar la contaminación de los productos agrícola por residuos o desechos
industriales.
- También se ha
establecido el Decreto 745 sobre Condiciones sanitarias y ambientales
básicas en los lugares de trabajo, brindando mayor dignidad a los
consumidores y empleados que laboran en industrias de faenas diversas.
- A esto se
asocian medidas de carácter territorial como los Planes Regulaores comunales
e intercomunales y los que se refieren a los suelos agrícolas y la
ganadería se encuentra regulada por el Sevicio Agrícola y Ganadero, SAG ,
que cuenta con una Ley Orgánica para preservar la calidad de nuestros
productos agrícolas.
En diciembre del 2015 la Presidenta de la República,
Michelle Bachelet dió a conocer ante el país una renovada visión del sector
energético hasta el 2050, con la idea de hacerlo confiable, inclusivo, competitivo y sostenible. La idea es que la
energía sea un factor fundamental de nuestro desarrollo presente y futuro, pero
no de cualquier forma ni de cualquier tipo.
Se trata de una propuesta que tome verdaderamente en cuenta el
desarrollo de las personas, el cuidado del medio ambiente y esto se exprese en
un sistema productivo que tenga como eje el mejoramiento de las condiciones de
vida de la población. Esto implica proyectar para el país un concepto de “energía sustentable” en donde el eje
sea la confiabilidad en un sistema energético que se adecúe a la
sustentabilidad ambiental, con eficiencia y desarrollando una cultura
energética. En tal sentido se han
definido siete ejes y 99 medidas. Entre los ejes figuran el desarrollo sostenible, ordenamiento
territorial, promoción de la participación y del diálogo social y el desarrollo
de mecanismos de asociatividad. Esto deriva también de un nuevo e
importante contexto social, en donde existe un marcado empoderamiento de la
ciudadanía, que está exigiendo mayor atención hacia el cuidado y desarrollo de
un medio ambiente sustentable y mayor diálogo en relación al uso de los suelos
y de la planificación energética.
Territorio y desarrollo energético;
territorio y riquezas marinas, forestales y mineras no son hoy un tema baladí
para la sociedad chilena y por lo tanto lo que está hoy en marcha es la
búsqueda, la obligación y el desarrollo de mejores prácticas de trabajo
asociativo y participativo entre las empresas y la comunidad, particularmente
para hacer posible que determinados proyectos cuenten con los consensos
necesarios para su validación social y cultural. Con tal propósito y a modo de ejemplo, en el
Ministerio de Energía se ha creado recientemente la División de Participación y
Diálogo Social, que tiene como expreso propósito “propiciar un mayor y mejor
desarrollo de la energía en Chile, a través de la participación, el diálogo y
la validación social de los proyectos”.
RELACION
DE ESTE TEMA CON EL CONVENIO 169.
Un punto de especial interés para nuestro
Gobierno es el relativo a la relación, por ejemplo, entre los proyectos de desarrollo
energético y Pueblos Indígenas en Chile.
Sobre una población de 18 millones de habitantes, los indígenas de mi
país somos un 10% a lo menos. Esto es 1 millón ochocientas mil personas, de las
cuales el Pueblo Mapuche (Gente de la Tierra), de donde provengo, y soy el
primer indígena que viene a desempeñar el cargo de Embajador en la historia
diplomática de mi país, somos el 70% de los indígenas de Chile. Por cierto, estos datos no son comparables
con la enorme riqueza étnica existente en Guatemala, con más del 55% de
población indígena y eso sí constituye un enorme desafío para el reconocimiento
de derechos e inclusión de los pueblos Maya, Katchiquel y Garífona.
La División de Participación y Diálogo
Social del Ministerio de Energía, realiza su labor en relación con los Pueblos
Indígenas de mi país, basados en la normativa del Convenio 169 de la OIT,
aprobado y promulgado en el año 2008. Este Convenio que hoy es Ley de la
República de Chile ya tiene una vigencia de ocho años y fue aprobado marzo y
promulgado en octubre del 2008. En Guatemala, el Convenio 169 fue aprobado por
el Congreso el 5 de marzo de 1996. Fue ratificado ante la OIT por el Gobierno
el 10 de abril de 1996 y entró en vigor el 5 de junio de 1997. A diferencia de Chile, el Convenio 169 aquí
en Guatemala tiene una vigencia de 20 años, superando con creces el estándar de
su relevancia y sus resultados –en dos décadas acá- deberían ser muy
ampliamente visibles. No obstante me
sorprende saber que estando vigente hace 20 años este instrumento que cautela
derechos concretos de los Pueblos Indígenas, acá en Guatemala aún está en
discusión si el mecanismo de consulta –que es fundamental para conocer la
opinión concreta de las comunidades- todavía está en discusión. En Chile, aunque nos demoramos 18 años en
aprobar el Convenio en democracia, el Reglamento de Consulta fue implementado
al año siguiente. Entonces, en este
tema, en relación con las normas del Convenio 169 tenemos muchas preguntas y
respuestas que compartir entre Chile y Guatemala.
En los últimos meses en mi país, entonces,
en lo que concierne al Ministerio de Energía se han realizado diversas formas
de consulta indígena en relación con proyectos energéticos que afectan tierras
indígenas. En Chile, el Estado a partir del Informe de la Comisión Nacional de
Verdad y Nuevo Trato del año 2004 reconoce que los Pueblos Indígenas sí tienen
una demanda legítima de territorio y respecto de ello, el Estado reconoció una
deuda histórica y por ejemplo, respecto de proyectos que requieren concesión de
explotación geotérmica, especialmente en el norte de Chile están en pleno
proceso ocho sustanciales procesos de consulta con Comunidades Indígenas
Aymaras y Atacameños, para la evaluación de proyectos de gran envergadura
relacionados con este tipo de energía y
Chile, está respetando el estándar del Convenio 169 que obliga a
considerar la opinión de tales comunidades y evaluar y mitigar los impactos
negativos de los proyectos.
¿Dónde
están los problemas respecto del desarrollo de todos estos temas?.
Chile es una de las economías de más rápido
crecimiento en América latina en los últimos 10 a 15 años. No obstante tenemos
una dependencia importante respecto del cobre, que es nuestra riqueza natural
más significativa y Chile está ubicado
entre los cinco mayores países productores de cobre a tajo abierto. El precio
del cobre a nivel internacional es determinante en nuestra balanza de pagos.
Por lo tanto, el país busca fuentes de recursos alternativos y éstos están en
la explotación controlada de la riqueza marina, en los minerales del subsuelo,
en energías nuevas y potentes como la geotérmica e hidroeléctrica y en una
producción agrícola, ganadera y acuífera que han abierto nuevos mercados. Un
rol importante ocupa en este escenario la industria forestal y están en plena
discusión sus efectos, virtudes y limitaciones.
Somos también un país consciente de los
nuevos grandes problemas que derivan del cambio climático, la escasez y
contaminación de aguas y del aire, el deterioro de suelos, la crisis energética
y la pérdida de biodiversidad. Son temas que ocupan diariamente la atención de
los chilenos y de nuestras instituciones y, por cierto, esto representa muchas
interrogantes.
PROYECCIONES.
A menudo la extracción de recursos
naturales implica mucha discusión y radicalidad en diversos grupos, en un
sentido y otro. En algunos casos, y con justificada argumentación se denuncia
que ni siquiera las comunidades o localidades son beneficiadas con la
rentabilidad que produce la industria extractiva. En otros casos, se trata de
proyectos que implican depredaciones mayúsculas de riquezas básicas como el
bosque nativo, que se regenera en forma natural pero lenta. En Chile este tipo
de bosque constituye el 87% de la superficie forestal del país. Entonces, la
introducción industrial de especies ajenas como el pino insigne, que comprende
hoy el 85% de la superficie plantada, junto al eucaliptus y el álamo, son
objeto de franca discusión y cuando la extracción forestal afecta a tierras
indígenas, las tensiones sociales y políticas se elevan a niveles más altos y
esto es un tema que nos ocupa para buscar soluciones.
La minería está vinculada al comercio
exportador y constituye el 40% de nuestras exportaciones. Son recursos que
están en casi toda la corteza terrestre y los mayores yacimientos mineros se
ubican en la Cordillera de los Andes y su explotación contrasta con la biósfera
natural de los cerros, los acueductos de aguas naturales, la depredación de
suelos y la explotación profunda de los subsuelos y las industrias presionan al
Estado y a la sociedad y no siempre están disponibles para comprender la
necesidad de construir un consenso con la sociedad.
Es cuando surgen los conflictos, muchos de
ellos muy intensos y necesariamente hay que reconocerlo, muy justos y
legítimos. Estos son, entonces, los
problemas que deben abrir camino a una efectiva Gobernanza democrática de las tensiones y al establecimiento de una Iniciativa institucional de Transparencia
de la Industria Extractiva, para promover y establecer una participación
coordinada entre sector público, sector privado y sociedad civil, y así las
empresas podrán comprender que transparentar sus proyectos es fundamental para
validarlos a partir de un consenso social que haga viable, de igual modo, el
concepto de responsabilidad social empresarial mediante los tributos que sean
necesarios de considerar.
En suma: los proyectos de la industria
extractiva en el marco de una sociedad genuinamente democrática, en un Estado
de Derecho, no son un libre albeldrío; no pueden implicar una idea de “tierra
arrasada” o “botín de la rentabilidad extrema” sin responsabilidad social
alguna. Si hay algo esencial hoy, y tomando en cuenta la pregunta que preside
este importante Seminario, es que debemos reconocer que entre desarrollo sostenible e industrias extractivas hay una muy fuerte
tensión y que tales industrias tienen que comprender, que en el contexto de
una sociedad y de un planeta que claman por un mayor cuidado, la rentabilidad a
ultranza de los proyectos no se condice con la precaución de promover un
desarrollo social inclusivo y equitativo. Por otra parte, los Estados de la
región tienen una enorme responsabilidad en cautelar de verdad el interés
ciudadano y velar porque el desarrollo de nuestras sociedades sea inclusivo, y
que éstas son sus prioridades y no los compromisos mediante los cuales, a
veces, se hace la vista gorda o se es negligente en la aplicación de las Leyes,
especialmente de protección ambiental.
Tenemos entonces un desafiante camino por
delante, para lograr construir consensos sociales y políticos que el desarrollo
sostenible de nuestras sociedades no tenga que sacrificar de manera extrema
nuestras riquezas naturales. Muchas gracias por la gentileza de ustedes de
escucharme. Mis mejores deseos para cada uno"
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